A la mañana siguiente, como había prometido, el vecino
tocó la puerta.
Mire, yo todavía necesito el martillo. ¿Por qué
no me lo vende?
No, yo lo necesito para trabajar y además, la ferretería
está a
dos días de mula.
Hagamos un trato -dijo el vecino- Yo le pagaré los dos días
de ida
y los dos de vuelta, más el precio del martillo, total usted
está
sin trabajar. ¿Qué le parece?.
Realmente, esto le daba trabajo por cuatro días... Aceptó.
Volvió
a montar su mula. Al regreso, otro vecino lo esperaba en la puerta
de su casa.
Hola, vecino. ¿Usted le vendió un martillo a nuestro
amigo?
Sí...
Yo necesito unas herramientas, estoy dispuesto a pagarle sus cuatros
días de viaje, más una pequeña ganancia. Yo no
dispongo de tiempo para
el viaje.
El ex-portero abrió su caja de herramientas y su vecino eligió
una
pinza, un destornillador, un martillo y un cincel. Le pagó y
se fue.
"...No dispongo de cuatro días para compras", recordaba. Si esto
era cierto, mucha gente podría necesitar que él viajara
a traer
herramientas.
En el siguiente viaje arriesgó un poco más del dinero
trayendo más
herramientas que las que había vendido. De paso, podría
ahorrar
algún tiempo de viajes.
La voz empezó a correrse por el barrio y muchos quisieron evitarse
el viaje. Una vez por semana, el ahora corredor de herramientas
viajaba
y
compraba lo que necesitaban sus clientes.
Alquiló un galpón para almacenar las herramientas y algunas
semanas después, con una vidriera, el galpón se transformó
en la primer
ferretería del pueblo.
Todos estaban contentos y compraban en su negocio. Ya no viajaba,
los fabricantes le enviaban sus pedidos. Él era un buen cliente.
Con
el tiempo, las comunidades cercanas preferían comprar en su
ferretería y
ganar dos días de marcha.
Un día se le ocurrió que su amigo, el tornero, podría
fabricar para
él las cabezas de los martillos. Y luego, ¿por
qué no? Las tenazas...
y las pinzas... y los cinceles. Y luego fueron los clavos y los
tornillos...
Para no hacer muy largo el cuento, sucedió que en diez años
aquel
hombre se transformó con honestidad y trabajo en un millonario
fabricante de herramientas.
Un día decidió donar a su pueblo una escuela. Allí
se enseñaría,
además de leer y escribir, las artes y oficios más prácticos
de la
época.
En el acto de inauguración de la escuela, el alcalde le entregó
las llaves de la ciudad, lo abrazó y le dijo:
Es con gran orgullo y gratitud que le pedimos nos conceda el honor
de poner su firma en la primer hoja del libro de actas de la nueva
escuela.
El honor sería para mí - dijo el hombre -. Creo que nada
me gustaría
más que firmar allí, pero yo no sé leer ni escribir.
Yo soy
analfabeto.
¿Usted? - dijo el Alcalde, que no alcanzaba a creerlo -¿Usted
construyó un imperio industrial sin saber leer ni escribir?
Estoy
asombrado. Me pregunto, ¿qué hubiera sido de usted si
hubiera sabido
leer y
escribir?
Yo se lo puedo contestar - respondió el hombre con calma -.
Si yo
hubiera sabido leer y escribir... sería portero del botiquín!.
Generalmente los cambios son vistos como adversidades.
Las adversidades encierran bendiciones. Las crisis están llenas
de
oportunidades. Cambiar siempre será la opción más
segura.